martes, 10 de enero de 2012

'Ciao, ciao' (58)

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Hace unos días, mientras tomaba un café a media tarde, empecé a pensar en el blog que esta semana, que ayer, para ser más precisos, estrenamos (¡ojalá que haya mucha suerte y sea la nuestra una web prolífica y longeva, a la par de divertida y también entretenida para todos los que quieran leernos, que esperemos sean muchos!); de modo que, mientras daba sorbos a la taza de café, empecé a cavilar acerca de nuestro blog, de Sportacus y, en concreto, me sorprendí a mí mismo intentando elegir el tema sobre el que escribir mi primer artículo o entrada (término, este último, quizás más acertado dado el medio en el que publicamos). Tenía que ser un tema especial y por eso dudaba a la hora de escoger con qué ‘alzar el telón’.

Se me pasó por la cabeza la idea de hablar, o mejor dicho escribir, sobre ‘el cholo’ Simeone y su debut como entrenador colchonero; también tuve la tentación de valorar a Mou, ese técnico genial y aún mejor ‘showman’ que tanto juego (me refiero a juego en el sentido metafórico, claro está) y tantas polémicas brinda; y “por qué no”, me descubrí sopesando, “centrar mi primera entrada en la no renovación de Jaime Alguersuari o incluso”, esto también crearía polémica, “en la marcha del nuevo Málaga del jeque”. “Todo estos asuntos serían y serán de actualidad el lunes cuando inauguremos el blog y, además, tendrían y tendrán relevancia”, pensé yo aquella tarde de hace unos días cuando ya empezaba a terminar mi café (aunque suene contradictorio eso de ‘empezar a terminar’), que se había enfriado demasiado rápido. Y fue entonces, y sólo entonces, cuando me acordé de aquella mañana de domingo de hace unos meses en la que Marco Simoncelli murió trágica y accidentalmente en el circuito de Sepang (Malasia), y, tras recordar aquel fatídico día, lo tuve claro: hablaría de SuperPippo.
La de aquel domingo fue una jornada triste, muy triste. Recuerdo haber madrugado y haber visto, mientras desayunaba y empezaba a amanecer tras las ventanas de casa, como Nico Terol tenía que resignarse y esperar para ganar el último título de la historia de 125 cc.: en las vueltas finales de la carrera el cansancio (según él mismo dijo, los nervios no le dejaron dormir más de un par de horas la noche anterior) y el desgaste de sus neumáticos hicieron que todo quedase en el aire de cara a Cheste, al circuito Ricardo Tormo, la última prueba del año. Recuerdo también el modo en el que el corredor valenciano se derrumbó después de cruzar la meta y como se dejó caer sobre la hierba, exhausto y decepcionado, con las manos cubriéndose el rostro. Fue una imagen desgarradora; por desgracia, no sería, de hecho no lo fue, la peor del día.
Luego, llegó el turno de Moto2 y de la lucha por un título descafeinado sin Marc Márquez en pista, el catalán andaba con problemas de visión tras la aparatosa caída sufrida en los entrenamientos libres del viernes; al final, y aunque ni el propio Marc lo supo aquel domingo de hace unos meses, la joven promesa del motociclismo, llamada en un futuro no muy lejano a sustituir a Valentino, no podría correr más durante el resto de la temporada y en los test invernales de diciembre. Stefan Bradl pudo ganar su mundial, aquella mañana lo tuvo en sus manos pero, al igual que Nico antes que él, tendría que esperar dos semanas más. Bradl se quedó a un punto de ser campeón del mundo. Una bandera roja que dio por concluida la prueba a falta de escasas vueltas para el final le pilló colocado segundo en carrera. En un primer momento, supongo que el joven piloto alemán se lamentó y maldijo su mala suerte. A nadie le gusta retrasar la consecución de un título. Sin embargo, visto lo ocurrido después, seguro que Bradl se alegró de no haber ganado esa carrera en Sepang, no el mismo día que se produciría, no mucho más tarde, la terrible muerte de Marco Simoncelli.

No escribiré una sola palabra sobre la carrera ni sobre el accidente. Sí diré, en cambio, que recuerdo que estaba en casa, sentado delante de la televisión, minutos antes de que se diese la salida a la carrera de MotoGP; y, como es habitual, la realización mostró uno a uno a los pilotos de la parrilla y entonces, como de costumbre, le vi, allí estaba Simoncelli, con grandes gafas de sol y una toalla mojada, de color amarillo, sobre la cabeza (tal suele ser el calor y la humedad en Malasia que los corredores a menudo no saben qué hacer para refrescarse) que casi le cubría toda la cara. Entre las manos sujetaba un cartel en el que aparecía promocionada la dirección de su página web. Con su habitual desparpajo, Marco saludó a cámara… Minutos después, de repente y sin previo aviso, el mismo Marco que reía y bromeaba con el público a través de las cámara de televisión se había ido y ya no iba a volver. Una muerte inesperada y horrible la suya, acaecida en un deporte del que a veces se nos olvida lo peligroso que puede llegar a ser (lo peligroso que es) y el valor que hay que tener para subirse a una de esas motos y pilotar a 300 km/h.

Resulta cuanto menos curioso, pienso ahora (mientras escribo esta entrada), cómo uno puede echar de menos a alguien que no ha conocido físicamente, es decir, cómo uno puede echar de menos y lamentar la muerte y la pérdida de una persona con la que no ha coincidido en ningún sitio y a la que no ha visto en persona, con la que no ha hablado (ni siquiera por teléfono), jamás. Sin embargo, es así y así (valga la redundancia) ocurre muchas veces en la vida. Y aquel domingo fue un día realmente triste. Claro, que… ¿se puede considerar desconocido a alguien al que uno sigue y está habituado a ver ganar y perder cada fin de semana, del que conoce su forma de hablar y de peinarse, su trayectoria profesional e incluso pinceladas de su vida personal?
En Valencia, la última prueba del año (dos semanas más tarde), a Simoncelli se le brindó un merecido y emotivo homenaje: el legendario Kevin Schwantz dio una vuelta de honor al circuito a lomos de su Honda, Loris Capirossi disputó el último gran premio de su carrera (era ese el día de su retirada) con el número 58 en su carenado y su ‘hermano’ Rossi lució para la carrera un casco conmemorativo en el que se fusionaban los colores característicos de ‘Il dottore’ (el amarillo y el negro, del sol y la luna) con los de su amigo Marco (las franjas verticales blancas y rojas). Fue el propio Valentino el que definió a su amigo SuperSic, días después de su muerte, como: “Tan rápido en la pista como dulce en la vida”.
Aquel domingo de carreras, aquel domingo de motos, se fue un grande de las dos ruedas, dijimos adiós a un campeón del mundo. En este blog y dentro de cada uno de nosotros quedará siempre su recuerdo, permanecerá la sonrisa de SuperPippo y, por supuesto, jamás olvidaremos lo rápido que iba cada vez que montaba en moto. Como él decía: ‘Ciao, ciao’. Descansa en paz, Marco.


Sigue al autor en Twitter: @fer_garciacruz 

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